— ¡Nasser! ¡Aléjate de ella!
El monstruoso
Jones apareció entre ambos como una exhalación, y empujó con cuidado al
detective hacia atrás, como protegiéndole con toda su envergadura.
— ¡¿Qué?! ¿Qué
dices, qué cojones pasa? ¡Sally, que soy yo, Elangel!
— No es ella,
Nasser —rugió con convicción Jones, mirando a la mujer fijamente.
Sally por su
parte seguía sonriendo, pero mirando ahora al monstruo, sin atisbos de sorpresa
ni miedo, más bien todo lo contrario, como si lo tuviera ya demasiado visto.
— ¡Aquí estás!
—Dijo Sally, arrastrando la voz, como si las anteriores semanas de silencio
absoluto y voluntario la hubieran hecho olvidarse de usar las cuerdas vocales—.
¿Pensabas que ibas a librarte de mí?
—Estás
muerto... estabas muerto —contestó Jones, sonando confuso pese a la profundidad
y cualidad animal de su extraña voz.
— ¿Qué? ¿De qué
cojones habláis, qué pasa...? —Quiso saber Elangel Pulois.
— ¿Muerto?
—Continuó Sally, con los dientes tan apretados que rechinaban, casi como si
intentara imitar la inexpresiva y horrible cara de inerte sonrisa de Jones—.
Eso mismo pensé yo, que me moría... ¡Pero no, hijo mío, no! ¡¡ESTOY MEJOR QUE
NUNCA!!
Al gritar Sally
esa última frase, escupiéndose la barbilla, un estruendo recorrió algún lugar
de la planta en que se encontraban.
— ¡Tú vas a
morir! ¡El detective va a morir! —Gritaba Sally, mientras Elangel intentaba
acercarse a ella, pero retenido por la gran mano de Jones sobre su pecho.
— ¡Jones! ¡¿Qué
pasa?!
—Tenemos que
irnos, rápido —rugió Jones, volviéndose a mirar al detective a los ojos—.
¡Corre, volvamos al ascensor!
— ¡No, sin
ella, no! —Protestó Nasser, aún sin comprender nada, sólo urgido por el
bienestar de la joven.
— ¡Ya no es
ella! —le apremió Jones, empujando sin esfuerzo pero con sumo cuidado al
detective. No quería herirle con sus afiladas uñas o quebrar sus débiles huesos
al tirar de él.
— ¡¿De qué coño
hablas?! ¡No la podemos abandonar!
— ¡Claro,
detective! ¡Ven aquí y fóllatela! ¡Vamos, fóllate a Sally, fóllatela,
fóllatela...! —Gritaba por encima de ellos la desquiciada Sally.
La chica
gritaba tan fuerte sus vulgaridades con esa impropia voz, que Nasser apenas
podía entender ya las palabras del monstruo. Jones sentía que el detective no
se movería por voluntad propia si no era llevándose con ellos a la chica, y el
temor de verle morir sin poder hacer nada sumado a la ira que estaban generando
en él los burlones gritos de Sally, le hizo volverse y avanzar hacia ella.
— ¡ES UNA
TRAMPA, ES UNA TRAMPA, ES UNA TRAM...! —Estaba gritando con histriónica
felicidad, mientras daba como saltitos arrodillada sobre la cama, hasta que
Jones le soltó un fuerte puñetazo en la sien.
Sally cayó de
costado, inconsciente en el acto, y se habría derrumbado de cabeza contra el
suelo si no la hubiera cogido al vuelo el monstruo.
— ¡¿Qué coño
haces?! —le gritó el detective, seguro de que semejante golpe debía haberla
matado.
— ¡Yo la llevo!
¡Corre hacia el ascensor, maldita sea! ¡CORRE!
Jones levantó
sobre sus brazos a la chica sin esfuerzo ninguno, y adelantó al turbado
detective en su camino de vuelta hacia el ascensor. El estruendo que habían
escuchado antes se había transmutado en el rumor de lo que parecía una
multitud. No había gritos, ni voces. Nada. Sólo el retumbar de innumerables
pasos apresurados, disonantes, como si un grupo grande de personas avanzaran en
silencio. Y se aproximaban desde algún otro lugar del hospital.
— ¡¿Qué mierda
es eso, Jones?! ¡¿Por qué huimos?! ¡¿Qué pasa?! —Aulló lastimeramente Nasser,
mirando en todas direcciones mientras seguía al monstruo por el pasillo.
—No te lo vas a
creer, pero alguien nos ha tendido una trampa —le respondió Jones, pulsando una
vez el botón del ascensor, que por algún motivo había subido tres plantas más
desde que ellos lo abandonaran.
— ¿Quién,
Jones? ¿Qué es lo no que me has contado? ¡¿Qué pasa, quién es esa gente?!
—Insistió el detective, levantando un brazo para referirse a la multitud que se
acercaba.
—No lo sé,
supongo que médicos y enfermeras... pacientes. La gente que estaba aquí.
— ¡¿Qué?! Oye,
mírame —Nasser tiró de una de las mangas de la gabardina del monstruo para
hacerle volverse hacia él—. Debes estar loco.
— ¿Sí? Míralos
tú —respondió el monstruo, sacudiendo levemente su afilada barbilla hacia más
allá de las espaldas del detective.
Al mirar,
Nasser sintió desaparecer la incertidumbre y curiosidad de su mente,
reemplazadas con la fuerza de un puñetazo sobre una mesa por un terror
irracional. Pues lo que veía era exactamente la combinación de personas que
Jones había mencionado... Individuos que no debían tener nada en común salvo el
hecho de estar dentro del hospital: heridos y enfermos que ignoraban sus males,
y médicos y enfermeros que habían abandonado su profesional cuidado. Todos
sostenían la sonrisa exagerada y forzada de la enloquecida Sally, con las cejas
enarcadas y un rictus deformado en torno a los ojos. Salían desde la esquina
derecha del extremo contrario del pasillo frente al ascensor, sin correr pero
avanzando a buen paso, y sin cuidado ninguno de no chocar entre ellos o contra
las camillas y sillas de ruedas abandonadas junto a las paredes quizá no mucho
antes. Podría incluso resultar graciosa la torpeza generalizada del grupo, si
no fuera por su absoluto silencio y el avance constante, con los ojos dirigidos
hacia él, y con la sensación de que todas las miradas eran la misma. De que
todos ellos eran la misma persona.
— ¿Jones? —dijo
con la voz quebrada, sin entender nada pero sabiéndose en peligro.
Jones le dio
una leve palmada con el dorso de su mano derecha, con cuidado de no golpearle
con la cabeza de la pobre Sally, que colgaba más allá de su antebrazo. El
ascensor había llegado y podrían bajar hasta el aparcamiento. Pero en el
momento en que se abrieron las puertas corredizas, justo cuando el detective se
volvía, otro grupo de personas enloquecidas salió alargando sus brazos hacia
ellos. Elangel, a duras penas esquivó varias decenas de dedos tensos, mientras
que Jones retrocedió hacia el pasillo lateral con rapidez, sin darles la
espalda a las personas que salían.
— ¡Mierda... ¡
¡Joder! ¡¿Qué les pasa?! —Gritó Nasser sin necesidad, pues salvo el sonido de
sus pasos, nadie entre esa gente hacía el menor ruido.
Se veía
obligado a retroceder hacia el pasillo contrario por el que se iba Jones con
Sally en brazos, seguido de cerca por las personas poseídas, que es lo que
realmente parecían... Tanto como la misma Sally poco antes.
— ¡No dejes que
te alcancen, te matará! ¡O se apropiará de ti! —le dijo Jones, sin dejar de
retroceder—. ¡Nos reuniremos abajo, donde el coche!
— ¿Pero cómo?
—protestó el detective, alzando más la voz al ver crecer la distancia entre
ellos—. ¡Las putas escaleras están por aquí, Jones! ¡No podréis llegar!
— ¡Vete!
¡Confía en mí, Nasser!
La multitud
igualmente silenciosa del pasillo principal se había unido ya a las siete
personas que se habían apretujado en aquel ascensor, y se separaban tras Jones
y Nasser como el lento caudal de dos ríos de gelatina. Nasser creía estar
viendo una especie de zombis, como los muertos vivientes de las pelis que a
veces daban por la tele en la madrugada, pero estas personas no estaban
muertas, sólo parecían desquiciadas, y al mismo tiempo dirigidas por una
voluntad común. No sabía qué pasaba, pero entendía perfectamente que algo o
alguien estaba controlándolos... Y recordó.
Se dio media
vuelta dejando de mirar todos esos rostros forzados y se lanzó hacia la puerta
que daba a las escaleras de servicio. Bajó a toda prisa saltando los escalones
de cinco en cinco, casi a punto de torcerse los tobillos un par de veces. Había
otra línea de escaleras al otro lado de la planta, en el extremo opuesto al de
los ascensores, pero dudaba que Jones pudiera atravesar la muchedumbre poseída
con seguridad... a no ser que los despedazara a todos, algo de lo que quizá era
capaz. Tenía una idea que podría funcionar, pero se dio cuenta de que no le
había dicho a Jones que volvería, que aguantara como pudiera sin matar a
ninguna de esas personas, quienes seguramente no eran conscientes de lo que
estaban haciendo. “En fin”, decidió la parte pragmática de su mente, “yo me voy
a dar prisa a ver si esto resulta, y que pase lo que tenga que pasar,
mientras”. Reconocía que, de ser él mismo el asediado por los involuntarios
zombis, no dudaría en matar a los que hicieran falta para salir vivo, y que no
sería justo pedirle más cuidado al monstruoso ser.
Por su parte,
Jones seguía retrocediendo por el pasillo lateral, con Sally inconsciente en
sus brazos. Las personas avanzaban hacia él sonrientes y silenciosas, algunas
de ellas sacudiendo el aire ante ellas en inofensivos zarpazos aún muy lejanos.
Jones no sentía miedo en absoluto. No significaban nada para su templanza
natural los truncados rostros y los amenazadores pero torpes gestos que hacían
sus cuerpos, sólo pensaba en la necesidad de no aplastar los débiles cuerpos de
esos inocentes con su fuerza, y en evitarle algún daño a la pequeña joven con
la que cargaba.
La marea de
personas era tan densa y numerosa, que sin duda el que los controlaba había
puesto de acuerdo las mentes de todas las personas que ocupaban el hospital.
Jones estaba pensando. Intentaba conciliar la idea de que aquel al que creía
muerto en realidad siguiera vivo, y que de repente sus poderes hubieran crecido
hasta aquel extremo... ¿A cuántas personas al mismo tiempo podría controlar? ¿Y
cómo había accedido a ellas?
— ¡Jones! —Gritaron
los más adelantados de la muchedumbre, y su nombre fue repetido por los que les
seguían, y luego por los de más atrás, como una suerte de eco fingido por un
coro de cientos de personas aglutinadas en los pasillos—. ¡Te mataré! ¡Vas a
morir, Jones! ¡Vas a morir!
Jones reconocía
lo inquietante de una amenaza hecha por alguien que virtualmente era
indestructible, haciéndole reflexionar sobre la clase de vida que le esperaría
si esa persecución se hacía eterna. Se sintió furioso. Su vida había sido poco
más que una mierda, como diría cualquier persona, y los cerca de seis meses
lejos del circo, malviviendo en las calles de aquella ciudad, no habían sido
mejores... Llevaba apenas medio día paladeando las mieles de una vida parecida
a la normalidad, y... ¡volvía a aparecer “él”, tan empeñado como siempre en ser
la estrella del espectáculo! ¡En ser el protagonista de las vidas de todos los
demás!
—Tú no puedes
matarme —presumió Jones, más por despecho que otra cosa, dirigido por la ira—.
Soy demasiado fuerte... ¡Nunca fuiste capaz de hacerme ningún daño real! ¡Y no
vas a hacerlo ahora, por muchas marionetas que manejes!
— ¡Ah, puede
ser, puede ser...! —Respondieron en ecos todas esas personas, haciendo crujir
cada una de sus gargantas, aún persiguiéndole en lenta procesión—. Pero ella...
¡y él! Todos cuantos se acerquen a ti morirán, no pararé hasta destruirte, ¡y
destruiré todo aquello de cuanto te rodees, sean muros, personas o meras ideas,
Jones!
— ¡No puedes
hacer eso! —Aulló Jones con un rugido algo infantil, sin saber qué otra cosa
decir.
—Puedo hacer lo
que quiera, Jones... Me perteneces, desde hace doce años, desde que te encontré
siendo sólo un bebé... ¡Eres mío, Jones! Yo te enseñé lo que era la vida... ¡Y
ahora te mostraré cómo es la muerte!
Jones había
llegado al final de ese lado de la planta, y al mirar al pasillo que seguía
tras girar la esquina, vio que otra parte de la multitud venía a rodearles a él
y a su pequeña acompañante. Sacudió la cabeza y miró a la chica inconsciente
entre sus brazos. Si él podía sobrevivir a varios disparos, seguramente sería
capaz de abrirse camino entre esas personas y salir indemne por mucho que lo
golpearan o incluso mordieran bajo el influjo de la mente perturbada que los
controlaba... Pero la chica podía morir entre sus brazos, por mucho empeño que
fuera a poner en escudarla del ataque. Se arrepintió al instante de haberla
dejado inconsciente, reconociendo que habría estado mucho más segura formando
parte de la anónima multitud.
Se volvió y
pasó al interior de aquella habitación, que por tamaño y aspecto parecía más
bien un cuarto para utilería. ¡Perfecto, se había equivocado! Estaba seguro de
ser capaz de salir del hospital por una ventana, y descender aun llevando a
Sally colgando de un brazo... ¡pero aquel cuartucho no tenía ventanas! Y no
podía alcanzar ningún otro lugar como no fuera atravesando la multitud... Ya
los oía, golpeaban y manoseaban la puerta. Su fuerza le permitía tenerlos
contenidos sin ningún problema, pero no se iba a quedar ahí para siempre. El
detective le estaría esperando... Quizá al ver que no salía buscara ayuda. No.
¿A quién llamaría? ¿A la policía, quienes quizá les estaban buscando a ellos
mismos para... matarlos? No, el detective no podría hacer nada. No parecía
tampoco un hombre al que le sobraran los amigos, y solo no podría volver y
sacarles de allí. Él mismo le había dicho “confía en mí”, de modo que era su
puto problema.
Jones miró
hacia atrás, sin dejar de empujar la puerta con su brazo izquierdo, mientras
sobre el derecho procuraba sostener a la chica con una cierta confortabilidad,
como si de una recién nacida se tratara. Pensó. ¿Sería capaz de derribar a
puñetazos la pared del hospital? Desde fuera, la fachada de ladrillos se veía
sólida e impermutable, capaz de resistir pequeñas detonaciones, incluso. Jones
sabía algo de maltrato de materiales, había visto toda clase de numeritos y
disturbios en su viejo circo... Pero... También era cierto que él se sentía
fuerte. Su cuerpo se veía lastimero, demasiado flaco, prácticamente en los
huesos. Pero su poderío físico se había incrementado de una manera que ni él
mismo entendía en los últimos tres años de su vida. Incluso con el hambre
torturándole durante su casi medio año de vagabundeo, notaba la ilimitada
capacidad de su fuerza, la cual tenía que afanarse en contener. Antes no podía
correr porque no tenía a dónde, y no podía destrozar cosas por no llamar la
atención... Pero, ¿ahora? Tenía un motivo legítimo y apremiante para dar rienda
suelta a toda su vitalidad y furia.
Apoyó un pié
contra el centro de la puerta y, a la pata coja, usando su larga estatura, fue
capaz de alcanzar con la mano ya libre la parte alta de un armario metálico de
dos taquillas. Tiró de él, atrayéndolo hacia sí y tumbándolo a un tiempo,
separándolo de la pared del fondo. De un golpe seco hundió sus garras y luego
los dedos en la espalda del armario, y tiró de él hasta tenerlo lo bastante
cerca para alzarlo y ponerlo contra la puerta. Como si no pesara nada, lo
dispuso en posición diagonal, con la parte baja bloqueada entre las patas
metálicas de una mesa atornillada al suelo, y la superior hundida contra el
yeso de la pared de un buen golpe. No parecía que pudieran atravesar esa
barricada, y, satisfecho, respiró hondo un par de veces mientras apretaba con
fuerza su puño izquierdo. Notaba las afiladas garras acoplarse cómodamente
contra su palma, de manera que era imposible herirse él mismo con ellas. Se
miró los afilados y nudosos nudillos, algo orgulloso. Y golpeó la pared, usando
todo el movimiento del cuerpo, de los tobillos, pasando a las caderas y
terminando en el hombro.
La gruesa capa
de yeso se hundió junto al papel plástico azul que lo recubría con la facilidad
de quien pisa barro húmedo. El gran puño de Jones atravesó madera, un material
aislante amarillo, más madera y terminó dando con la masa de ladrillo del
exterior. Toda la habitación vibró al son del terrible golpe. Retiró el brazo
del agujero, resopló hacia un lado todo el polvo y material que traía con él, y
poniéndose de lado para proteger a Sally de los residuos, soltó enseguida otro
puñetazo, más fuerte esta vez. Los ladrillos de allí delante se desprendieron y
cayeron con pereza al exterior. Bien. Le llevaría un par de minutos hacer un
hueco por el que salir, pero aquello era pan comido.
Jones aceleró
su trabajo de demolición, golpeando cada vez más rápido y fuerte, sintiendo el
cosquilleo estimulante de sus nudillos al quebrantar y separar los ladrillos,
desatando su rabia y su odio; liberando la frustración que se había apoderado
de él al ver todas aquellas miradas, la de Sally y los demás, al oír aquel coro
de voces monocordes, dirigiéndosele otra vez con su insoportable suficiencia; al
reencontrarse con su indeseado inquisidor, aquella añeja y persistente némesis
que sabía que no se merecía: el director y mentalista del circo.